“Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte.” Viaje a la semilla (1999: 68)
Tenía varías reseñas en la cabeza, varias que me merecen el respeto de pensarlas y escribirlas. Pero una se me ha colado por la izquierda y por la derecha, una me ha ocupado, ocupándome, primero por los ojos, después por la yema de los de los dedos, para pasar al cerebro, al corazón, los miembros y el sexo. Ocupado completamente como en el relato de Cortazar. Porque el librito que recopila algunos de los mejores cuentos de Alejo Carpentier está a su altura, podría ser el maestro del maestro argentino. Carpentier, tal vez no sea tan conocido hoy, pero es igualmente intenso, barroco, denso, aromático y sobre todo, -por que al final es el sentido que más cuenta-, reflexivo, inteligente, profundo, filosófico.
Es en el cerebro donde se ocultan todos los misterios de la vida, de la carne, de la mente, la sociedad, la economía, el arte. Y es el cerebro el que agita las manillas del reloj que viaja hacia atrás con los efectos inesperados que sólo después podemos imaginarnos. Así empieza Viaje a la Semilla, donde la muerte es el golpe de espuela que despierta a la vida, el aldabonazo que hace renacer el amor, que apaga el olvido, que recupera amistades a la par que las pierde, que borra el conocimiento y despierta los sentidos, para al final olvidarlo todo, mostrando la exquisita inutilidad de vivir o de morir.
Este viaje increíble lo acerca a la ciencia ficción, a la fantasía, lo suma a mis queridos Lovecraft, a P.J Farmer en su relato Fragmentos salvados de las ruinas de mi mente. ¿Inventor o seguidor? Poco importa pisar la senda el primero, acompañado, o rezagado pero magnífico, nadie nunca es el primero. Lo fundamental es la magia de lo irreal impregnada de esas preguntas eternas, ¿quienes somos?, ¿qué es vivir?, ¿por qué seguir haciéndolo?
En El Camino de Santiago la riqueza circula entorno a la gente, azuzando las decisiones de un tambor de Flandes que cruzará el Atlántico en búsqueda del oro entre cánticos y milongas. Pero nunca le toca. Los aromas de la pobreza, de la enfermedad y la miseria son el coro de una vida prescindible que acomoda los almohadones de los pocos que, aunque también mueran, mueren siempre más ricos y cómodos. Quien quiera podrá ver reflejos nítidos de nuestro tiempo.
Carpentier, es un clásico, y lo es quizá sólo por estás doscientas páginas donde hablando de tiempo míticos, de tiempos pasados, de tiempos turbios y poco definibles, nos habla a la cara de nuestro propio tiempo. Y así lo hará pasen los siglos.
Cita a la Iliada a las puertas de otro relato mágico, Semejante a la Noche, donde un hoplita griego, afila sus broncíneas armas en la noche previa a su embarque hacia los muros de Troya. Una oda guerrera a los corazones puros de los que tiñen de rojo los conflictos del mundo, los que vierten su sangre con una sonrisa en los labios para nutrir la verborrea de los mercachifles. La oda guerrera enmudece con el ruído de los huesos al romperse, de la carne despedazada, se atora con los gritos violados, el estertor del enfermo, el silencio de la bomba. El cántico se vuelve ronco cuando las justificaciones se aseveran falsas, cuando la verdad se hace traidora y sólo sirve a los mismos de siempre. Es, Semejante a la noche, otro bofetón en nuestras tibias y frágiles certezas.
Ahí se acaban los tres relatos que incluye del libro Guerra del tiempo. Le siguen otros, menos celebrados, pero igual de contundentes. Los fugitivos, la historia de un perro de presa y un esclavo, huidos en los matos cubanos. Brutal y desgarrada, sin salida más allá de la jauría. No es el perro el que reflexiona como en el indispensable Ciudad de Clifford D. Simak, pero Carpentier lo usa como metáfora exitosa, pero cruel, de la liberación.
Cuba, el Caribe, América Latina, un mundo criollo que reúne todo lo mezquino de varios continentes, todo lo cruel en mitad de un paraíso, cruel y sin escrúpulos él también.
Continua con Los advertidos, otra metáfora de la inhumanidad del ser humano y de sus dioses. La leyenda del diluvio sirve de excusa para criticar a dioses y hombres, tal vez el objetivo de Carpentier, mostrar el sinsentido de la vida, sus recovecos olvidados, sus mentiras brillantes y al hacerlo, discutir un poco el final cantado que ya llevaba tiempo esperándonos.
El libro termina con El derecho de Asilo, donde la diplomacia, el sentido de Estado y la buen gobierno, obtienen parecidos resultados que los golpes de Estado y las detenciones sumarias. Entre truhanes las rencillas se olvidan con facilidad si el fin lo merece. Anclado en una embajada extranjera un secretario ministerial acaba adoptando la nacionalidad que lo cobija, por mucho que no se haya movido de país. Esta paradoja diplomática real, parece más misteriosa que la magia exquisita con la que el autor cubano adornaba su prosa. De la muerte cierta se puede pasar a apretar las manos de nuestro ex-asesino, y así los días comienzan a continuar a discurrir.
Mago del tiempo, poeta del calor y las selvas, adalid de la sensualidad, intelectual del ritmo y la letra, muerto pero nunca callado, Carpentier releido, redescubierto y disfrutado.
Enero 2014
Alejo Carpentier, Relatos, 1999, Andrés Bello Ed.201 páginas.
Una respuesta a “Relatos, Alejo Carpentier, Reseña XII”
mmmmmm has despertado mi curiosidad, pinta muy bien, me siento muy cercana a este tipo de reflexiones. Intentaré leerlo.
Gracias!