“¡Porque aquí, amigo mío, dormimos, comemos y trabajamos todos juntos! En la misma habitación, con el mismo trineo y a veces, si falta sitio, echamos una cabezada en el mismo colchón. ¡Porque aquí, nadie es mejor que nadie, y si alguien quiere vivir en Bjorkenborg […] debe adaptarse a las condiciones de vida de quienes viven aquí, me cago en la puta, joder!”Jørn Riel
Con la inevitable popularización de los libros electrónicos, tal vez se llegue un día a alcanzar toda la literatura universal con un clic. Ignoro si eso acabará con el descubrimiento azaroso de pequeñas pepitas ignoradas, o simplemente, cambiará el método, la manera. El caso es que aún se puede hallar un escritor, un libro por casualidad. Comprarlo a precio irrisorio, impreso en papel usado, leído a veces por otros ojos, que quizá lloraron como los míos, con esa mezcla de risa y pena. Con los libros electrónicos puede que se acabe también el espíritu aventurero, como puede que se haya acabado la aventura en este mundo finito y compungido que estamos terminando de conocer. Pero puede que el cambio de formato no sea más que un receso, un descanso, antes de saltar al espacio a transformar la ciencia ficción en historia. Eso, si el receso no es el preludio de la extinción.
Dejemos las digresiones para volver a los libros. No sabía nada de Jørn Riel, compré el libro en un rastrillo, por cincuenta céntimos de euro, porque hablaba de Groenlandia y porque salían unos graciosos y gigantescos osos en la portada. Dos osos rampantes que llevan un pollo y una sopera. Y un autor danés, viajero, lo me bastó para meterlo en el saco con los otros tesorillos.
Unos meses después lo abría y comenzaba una ávida lectura. Historias cortas, ambientadas en los años 30 del siglo pasado, historias de cazadores de focas, renos y bueis almizcleros, aventuras de hombres aislados en la costa noreste de Groenlandia, provincia-colonia danesa en el gran norte. Leyendo, me di cuenta de que no se trataba del primer libro del autor, sino uno más, dentro de una serie de novelas cortas que retratan la vida y la historia de este reculado extremo del mundo. A pesar de ello, he seguido leyendo porque no he podido parar.
No encontrarán grandes historias, rimbombantes hechos, tesoros ni aventuras extravagantes. En cambio, yo he encontrado a la humanidad que tanto echo en falta en los humanos. No me suelen llegar los retratos de época, las historias pequeñas de los dramas familiares y, sin embargo, no es otra cosa lo que recorre las páginas de Riel. Eso un libro de viajes sin serlo. Eso y un estudio antropológico, sin serlo.
Es cierto, hay osos blancos, hay noche sin fin, hay trineos y perros fidelísimos, pero tras esa capa de nieve, lo que refulge son los eternos dilemas de la humanidad. El amor, la amistad, la compasión, el odio, la avaricia, pero también el desarrollo económico, el ecologismo y el poderío sobrecogedor de la naturaleza, que nos acuna o nos destruye. Los relatos hablan de una pequeña comunidad de cazadores, punta de lanza del desarrollo, pero olvidados en donde ni los esquimales, los inuit, viven. Los relatos hablan de un pasado que ya no existe, y los cuenta un científico, un investigador, Jørn Riel, que participó en 1950 en una expedición científica, la primera de sus 16 años de estancias groenlandesas. Jørn Riel acaba siendo un contador, un antropólogo, un historiador que narra con extrema humanidad las pequeñas historias de los cazadores de Groenlandia.
En sus cuentos, el compañerismo y la camaradería son el lazo que une los inviernos cuasi eternos en espera del barco que trae los suministros, que se lleva las pieles. Hombres diferentes que han encontrado en el Gran Norte su paraíso y que por nada renunciarían a él. Hombres que cultivan la vid y que hacen punto en cabañas calafateadas, que comparten su comida con perros capaces de todo por proteger a sus amos. Y todo con un humor hilarantemente contenido, con frases cortas que ciñen lo bueno del ser humano, que aíslan la miseria humana como las paredes de hielo de un iglú. Dentro la temperatura es baja, pero constante. Así es la escritura de Riel, constante, previsible pero agradable, sencilla y a la vez profunda, suficiente para ser un clásico, para llegar al corazón de cualquier persona, de cualquier latitud.
Echaba de menos una mirada hacia los inuits, pero, precisamente esa relación entre los primeros y los segundos pobladores de esta tierra es el centro de la única novela de Jørn Riel publicada en español: El chico que quería convertirse en ser humano. No hay pues espíritu colonial, ni eurocentrismo en Riel. El autor, como su amigo el también explorador Paul Emile Victor, o su maestro Jean Baptiste Charcot, son representantes de esos antropólogos hechos en el viaje que han sabido comprender a las tierras y a las gentes que han visitado, que han vivido y amado. Descubridores del Ártico para muchos daneses y franceses, han popularizado, en el mejor sentido de la palabra, estas zonas olvidadas. Amantes del polo, han valorado a sus habitantes, elevándolos al rango de expertos, de supervivientes humanos de la última frontera.
A diferencia de algunos antropólogos de carrera, que tienden a sobrestimar a las gentes que estudian, pensando que todo en ellas es idílico, Riel, no oculta los límites de los groenlandeses, autóctonos o adoptados. Son humanos, limitados en esencia. Riel es capaz de discutir el progreso y la civilización urbana, mostrando la paz, la calma, la felicidad de la rusticidad groenlandesa, sin por tanto sublimarla ni exigir la vuelta a otro tiempo. No juzga a estos cazadores salvajes, responsables en parte de la extinción de numerosas expecies animales, y culpables de matanzas absurdas para, como ellos mismos dicen, que las señoronas de la burguesía adornen sus cuellos. Ellos son la pecata minuta, el brazo ejecutor del lucro absurdo que quema el mundo. Pero también son humanos verdaderos, fogueados en mil batallas, capaces de todo por ayudar a un compañero, con un sentido extremo del honor y un reconocimiento sincero de esos animales que les permiten vivir. En el fondo, lo que se propone es una apología de la libertad individual, un deseo sincero de que cada humano pueda elegir el lugar y la manera de vivir su vida. Se desea esto y se exige el respeto de los demás.
Nuestras sociedades se anegan en ciertas libertades, libertad para el capital, libertad para consumir, pero limitan las más esenciales, la de pensar, la de imaginar y buscar acomodo único y personal en el complejo mundo. Hoy, decir no a un trabajo parece imposible. Hoy imaginar una vida laboral, familiar, social, fuera de los barracones urbanos y los coches parece mucho más difícil que vivir aislado en la costa oriental de Groenlandia. Tiempo al tiempo y llegaremos a la misma situación que estos cazadores de antaño, que huyeron de la miseria, de la mirada clasista, del desprecio para ocultarse o buscarse la vida lejos, muy lejos.
Una de las paradojas más grandes y uno de los mejores relatos es el último, en el que se habla del amor y el respeto de un perro y su dueño. La relación escandinava con los perros polares siempre me ha intrigado. Un reconocimiento sublimado y, al tiempo, si es necesario el sacrificio de ese animal amigo, que muchas veces acaba en la cazuela. Somos capaces de dar la vida por nuestros perros pero también de comernoslos. Puede que sea un resumen de lo que es ser humano.
Lejos de todo, lejos de todos, cerca de la naturaleza que da la vida y a la que destruimos al tiempo. Prefiero quedarme con los relatos de Riel, sus historias sencillas que emocionan sin saber muy bien porqué, con los animales que nos siguen y que son fieles sin saber muy bien porqué, con esas líneas simples y ese humor tan nórdico, tan gracioso, sin que sepa muy bien porqué.
PD: Tras 16 años de inviernos polares Jørn Riel vive en una playa en Malasia. Paul Emile Victor, pasó los últimos años de su vida en una paradisíaca isla de la Polinesia francesa. ¡Qué mejor oda al cosmopolitismo que la de estos europeos que recorrieron el mundo y buscaron su lugar sin importares las fronteras!
Enero 2013
Jørn Riel , La passion secrete de fjordur et autres recits, 10/18, París, 1998 (1976) 186 páginas.