«Protegiéndose los ojos del sol, Maitland vio que el accidente lo había arrojado a una pequeña isla entre tres autopistas convergentes, un triángulo de unos doscientos metros de largo. El vértice de la isla apuntaba hacia el oeste, donde declinaba el sol; la luz cálida caía ahora sobre los lejanos estudios de televisión de White City.» La isla de Cemento. J.G Ballard.
La metáfora de la isla desierta es un clásico de la literatura. Nada nuevo bajo el sol. Sobre lo que es un clásico podríamos discutir sin tregua. Sin embargo, tal vez lo mas oportuno sea ceñirse a un consenso básico. Según éste, un clásico no es mas que un modelo repetido en el tiempo, maleable y manejable en diversas épocas y lugares. Si Robinson Crusoe bebe de otras fuentes como la Odisea, por ejemplo, el clásico debe integrar la suficiente profundidad de contenido para seguir provocando la reflexión con el discurrir de los siglos.
Si la Isla de Cemento, del autor de ciencia ficción británico James Graham Ballard (1930-2009) no es un clásico, esto se debe a que le falta el ultimo elemento clave, la popularidad. Publicado en 1973, el año del primer crack petrolífero y del principio del fin de los 30 años gloriosos de crecimiento económico de postguerra en el mundo desarrollado occidental, el libro es un ejemplo del subgénero de catástrofes, de la ciencia ficción angustiante. No se trata de una distopia terrible y oscura como en 1984, el desasosiego viene de su realismo. Un banal accidente y la vida de un reputado arquitecto cambia completamente. Naufragado en una mínima isla de verdor, nombre se encuentra aislado por el cemento de las autopistas ¡aislado de y por la civilización!
Las reminiscencias se alargan desde el soberbio relato “La autopista del sur”, de Julio Cortazar, pero Ballard utiliza la soledad para llegar a una reflexión critica de la sociedad y del individuo. Su búsqueda del yo poco tiene que ver con el individualismo consumista y xenófobo que asentarían los años de Thatcher. Tiene, en mi opinión, mucha mas relación con la premura, con la velocidad que imprimimos a nuestra vida. Tanta, que no somos capaces de decidir si sería mejor salirse de la autopista y continuar por una carretera secundaría, ascender un puerto de montaña o establecerse en una playa. Daría la impresión que no supiéramos que tras el último peaje, termina la autopista y sólo nos espera la nada. Quemar la vida como quemamos la gasolina y al planeta debería tener un objetivo más loable que engrosar quiméricamente una cuenta bancaria, los armarios o el garaje.
Ballard, feroz crítico de su sociedad ha usado la catástrofe y el desasosiego para molestarnos, agitándonos, sacudiéndonos con el vano sueño de que cambiemos. Así, en El mundo sumergido (1962), donde preludia los efectos del calentamiento global y la subida del nivel de los mares, en El viento de ninguna parte (1962), anuncia el fin de nuestra actual civilización y la creación de una nueva bajo tierra y en La sequía (1965) completa el círculo mostrado la dependencia de nuestro mundo del agua. En Crash (1973), adaptada por Cronemberg se dirige más hacia el terror y el sadismo, pero mantiene su pesimismo y sus predicciones nefastas sobre el género humano. Toda su obra está llena de ese pesimismo creativo, profundamente literario, pero directo y bello. La belleza que se mezcla con la podredumbre, la miseria de los pobres o de los que se creen rico, la belleza del ocaso de una civilización o de una especie. Ese coctel no es explosivo pero si que remueve nuestra prestancia, nuestra creída seguridad, nuestras creencias y sobre todo la calma con la que gastamos los días. Dejemos al autor explicarlo:
“Estamos siempre en el borde, en el límite de algo latente, presente, pero que en última instancia no podemos ver”.
Novelas visuales.
Como en el caso de muchos otros autores de ciencia ficción, sus relatos y novelas se han trasformado en películas o episodios de series. Coincidiendo con esta reseña se anuncia la versión cinematográfica de la Isla de Cemento / o la Isla de Hormigón, protagonizada por Christian Bale y dirigida por Brad Anderson.
Ojala la película sea capaz de privilegiar el contenido sobre la forma, la filosofía sobre el espectáculo. Ojala se acerque más a la angustia de Las Historias de Cripta que al chabacano y desinteresado Yo soy leyenda, que destruyó la portentosa novela de Richard Matheson. Veremos…
Otra novela que habrá que reseñar sin duda alguna, algún día.